Una madre suficientemente buena

Una madre suficientemente buena

people-2566854_1280.jpgUna «madre suficientemente buena«. La frase la acuñó el británico Donald Woods Winnicott (1896-1971), pediatra, psiquiatra y psicoanalista. Con ella describía al tipo de madre que es capaz de adaptarse a las necesidades del hijo y que, aunque puede cometer fallos ocasionalmente, como tardar un poco más de la cuenta en responder a la demanda del pequeño, o no entender a veces lo que su hijo está intentando transmitirle, no por ello, en conjunto, deja de ofrecer un sostén saludable para el desarrollo del niño. Es más, incluso esos fallos, si son puntuales, tienen su aspecto positivo, porque van enseñando al pequeño a aprender a tolerar la frustración, sabiendo como sabe, por la experiencia de tantas otras veces que, al final, su madre estará ahí.

El tema de cómo la diada madre-hijo nos influye durante el resto de nuestras vidas es apasionante, pero para mí la frase de Winnicott ha trascendido este terreno y ha pasado a tener muchas más implicaciones. Para mí esta frase se ha convertido en una especie de mantra en muchos momentos, una loa al valor de la imperfección.

A menudo me encuentro con personas (y a mí también me ha ocurrido) con tal deseo de hacer las cosas perfectas, y con tantas ganas de dar lo mejor de sí, que al final entran en una autocrítica paralizante. Terminan dando vueltas durante meses a tareas que podían haberse resuelto como máximo en un par de semanas. Van y vuelven al proyecto en cuestión y a menudo terminan dejándolo inacabado. Frecuentemente son personas con un gran potencial… Que al final se queda en casi nada.

Y aquí es donde, para mí, reside el poder mágico de la frase. Para que las cosas salgan bien, como con las madres de Winnicott, no hace falta ser excepcional. Basta con hacer lo que humanamente podemos, y con saber reparar cuando hemos metido la pata.

Como humanos somos seres imperfectos, y es esa misma imperfección la que dota nuestras decisiones de vida, de movimiento. Las madres «perfectas», que están siempre cuando se las necesita, terminan generando hijos poco preparados para las vicisitudes de la vida, donde, como todos sabemos, los «bajos» suelen ser mucho más habituales que los «altos».

Yo, cuando me encuentro queriendo hacer las cosas «perfectas» y entro en barrena, me repito las palabras mágicas de Winnicott y noto que algo dentro de mí respira, se relaja y me dice «está bien, ¡adelante!».

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