Horma de silla

Foto de Reka Illyes para Unsplash

Horma de silla

Hace unos días, charlando con un alumno de sesiones particulares, la conversación derivó nada más y nada menos que hacia la «Agenda 2050» anunciada en mayo pasado por Pedro Sánchez, el presidente español (aclaro por si lee esto alguien de otro país y no sabe de qué hablo).

Mi alumno, que conocía a algunas de las personas consultadas para la elaboración del plan, criticaba que en el terreno educativo, al contrario que en otros sectores, hubiese primado la selección de asesores de una ideología determinada en lugar de contemplar todos los espectros políticos y promover un proyecto común, que englobara a todos. En un momento dado, para reforzar sus argumentos, afirmó algo así como «el problema llegó con la LOGSE».

Fue entonces cuando no pude evitar llevar la conversación «a mi terreno»: «El problema es mucho más antiguo que la LOGSE», le respondí.

La breve charla derivó en un largo monólogo mío que, por las caras de mi alumno, diría que encontró entre disparatado, cómico e iluminador. Básicamente, lo que quería transmitirle es que no se trata solo de qué se enseña sino de cómo y desde dónde. Y no me estaba refiriendo a disquisiciones dialécticas sino a algo tan sencillo como la postura corporal: «El gran problema es la silla -le vine a decir-, se nos domestica haciéndonos pasar horas y horas sentados en sillas y al final nuestro cuerpo se amolda a ella, y cuando nuestro cuerpo se amolda nuestra mente también lo hace, y deja de ser espontánea y creativa».

Y mi alumno, que es un hombre ingenioso y brillante en muchísimos sentidos, y que se podría decir que ha tenido un éxito considerable en su carrera profesional, en un momento dado me dijo «¡pero nadie habla de esto!».

Se me quedó clavada esa frase. Porque es verdad, nadie habla de ello, y justamente que el tema ni siquiera esté en «la agenda» de aquello sobre lo que se habla y aquello sobre lo que no ya es suficientemente significativo: son justamente los temas sobre los que nadie habla, son justamente los temas que nadie se cuestiona, los invisibles, los que probablemente más peso e impactos tienen. Al fin y al cabo es como tirar del hilo y encontrarte con los ladrillos sobre los que se levanta una sociedad, algo así ese símil que suele hacerse acerca de los peces, incapaces de ver el agua en el que nadan.

Pero volvamos a la silla. Si para pensar, aclarar las ideas o incluso estudiar en casa nos ayuda el movernos y caminar, como muchas personas saben, ¿por qué estar tantas horas sentados en sillas? ¿Por qué someter a niños tan pequeños a semejante suplicio?

Es como si desde niñas y niños nos ataran a una silla. No literalmente, cierto, pero sí con montones de frases directas («estáte quieto», «deja de moverte»,  «siéntate bien»… O frase aún peores: «una señorita se sienta…») y aún más con gestos de impaciencia. Todo ello va condenándonos a que nuestro cuerpo acabe con una morfología determinada, igual que la horma del zapato puntiaguda que cierra y debilita nuestros pies y nos provoca juanetes. Es la horma de silla.

PENSAR DIFERENTE

¿Cómo queremos que las personas piensen por sí mismas, tengan ideas, sean creativas y resolutivas como parece pedírseles a la hora de encontrar trabajo, si se les ha enseñado a permanecer inmóviles? Claro, quizás es que no se quiere… ¿Pero podemos entender, o al menos aceptar como plausible, que una persona que ha pasado décadas de su vida sentada -del colegio a, quizás, la universidad, en el transporte público, en su casa, en el trabajo…- no puede tener la misma visión del mundo ni resolver problemas de la misma manera que una que ha aprendido caminando, brincando, trepando a los árboles, corriendo o bailando?

No sé qué tipo de inteligencia se despertará aprendiendo de esas otras maneras (desgraciadamente, yo también crecí atada a muchas sillas), pero me puedo imaginar que la mirada será mucho más transversal, divergente y fresca, que resultará más fácil asociar y conectar unas ideas con otras, que será natural pensar realmente en tres dimensiones, con matices y riquezas, y no como si viviéramos en la 2D, en un mundo en blanco y negro, de buenos y malos.

Por ser un poco más concreta, por transmitir un pensamiento más «racional» y «asentado» (en la silla), ¿qué es lo que provoca pasarnos tantas horas sentados desde que somos niños en nuestros cuerpos, aparte de los consabidos problemas de columna asumidos por todo el mundo?

Ocurre que todo se bloquea, la columna y la postura se mantienen fijas o prácticamente fijas, y esto influye y reduce la capacidad respiratoria, y provocará que no se produzca el automasaje constante de órganos que nos damos al respirar, cuando los órganos se deslizan suavemente dentro de nosotros.

Habrá músculos que se debiliten, otros que se acorten; las fascias que recubren todo el cuerpo se volverán rígidas y esto hará más difícil que el cuerpo salga de las posturas adoptadas y más fácil que degenere en lesiones. También se producen muchos y muy variados efectos, por ejemplo, una enorme tensión en los ojos por estar con la mirada fija en el mismo sitio (y ya se ha demostrado la conexión directa entre la mirada y los pensamientos).

Teóricamente usamos sillas para estar «cómodos», ¿no? Pero no es que estemos cómodos: es que estamos paralizados.

Si mi cuerpo se acomoda, mi mente también lo hace, porque lo que pasa en uno se refleja en la otra. Nos volvemos pasivos, nos quedamos inmóviles. Difícil va a ser tener un pensamiento propio, una idea diferente, una aportación personal, una línea de vida fuera de lo común… ¿Cómo hemos olvidado un principio tan básico de la vida, de la Biología, como que lo que está vivo se mueve y lo que está muerto está quieto? ¿No nos está diciendo mucho de nuestra sociedad? Si queremos que las cosas cambien, ¿no habrá que ir un poquito más allá que limitarse a promulgar una ley educativa nueva?

No hay nada peor para un cuerpo que estar «cómodo» (el cómodo pensado «racionalmente»), ya que entonces no se moverá, no buscará las vueltas, las soluciones.

EL ESTÁNDAR

Ni siquiera he entrado a hablar de otro gran tema, que es cómo son las sillas, lo cual ya es muy simbólico de por sí: porque las sillas, señores, tienen medidas e s t á n d a r. ¿Qué pasa si yo no tengo la medida estándar? Que me tengo que amoldar igual. Horma de silla.

Estándar… ¿Acaso no habla esto del concepto de Educación implantado mucho más que ninguna LOGSE? ¿Qué pasa si la inteligencia de un niño es manual? ¿Qué pasa si su inteligencia es emocional? ¿Qué pasa si necesita ver desde distintos puntos de vista para entender las cosas?

Con la silla es lo mismo. Si soy más baja y no llego con los pies al suelo, empiezo a cruzar las piernas para auto-sostenerme, entro en posturas casi contorsionistas y asimétricas y me desenraizo, no toco tierra (típico en mujeres).

Si en cambio intento apoyar los pies en el suelo mis rodillas quedan por debajo de las caderas y será imposible mantener la columna en una postura neutra, con lo que terminaré con la típica postura corporal de retroversión pélvica (la de los perros asustados, con el rabo entre las piernas).

¿Y si soy muy alto? A las personas muy altas los pies les llegan al suelo fácilmente pero las mesas suelen quedarles tan bajas que terminan encorvados, un poco como Alicia en el País de las Maravillas después de comerse la galleta: su tronco se repliega y arruga y esto afecta a su respiración, como comenté más arriba, y a la posición de los órganos, que se agolpan unos sobre otros y se descolocan. También afectará a su estado de ánimo, ya que una persona con el tronco encorvado y el pecho cerrado no podrá estar genuinamente alegre y entregarse espontáneamente al amor y a la vida (no es necesario creerme, solo tienes que hacerlo: encórvate más allá de tu postura habitual, cronometra 5 minutos y dime cómo te sientes después. A continuación imagina una vida).

En nuestra cultura la silla existe desde hace siglos, pero la situación se empezó a agravar a partir de finales del siglo XIX (cuando se implantó la educación obligatoria…). Hasta entonces la gente no pasaba tantas horas sentada, ni tampoco las patas de las sillas en las casas comunes eran tan largas, lo que permitía estar con los pies bien plantados en el suelo, separar las piernas en lugar de tener que cruzarlas, bascular la pelvis… Es decir, enraizarse y moverse. ¿Y qué es una parte del cuerpo que se mueve? Como dije antes, es una parte VIVA. Con seguridad eran personas menos mentales y más conectadas con la naturaleza, con su cuerpo, con la vida, y con seguridad las mujeres tenían partos más rápidos y fáciles e incluso placenteros… Por poner algunos ejemplos.

Cuando hago psicoterapia con una persona me encargo de que introduzca nuevos hábitos «corporales» en su vida. Suelo animarle a que practique yoga conmigo, porque así soltará esos bloqueos, y de paso yo obtendré información extra que me ayudará para la terapia; pero también puede ser que le anime a apuntarse a danza del vientre, o a que practique boxeo.

La mirada que recibo, si la tradujera, diría algo así: «¿Qué tiene que ver eso con el motivo por el que he venido a verte?».

Cuando llegue el momento en que no tenga que explicarle a nadie para qué tiene que moverse si quiere cambios en su vida, entonces, muy probablemente, es que hemos dado con la Ley educativa correcta.

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