
07 Abr Presas o cazadores
Alexander Lowen (1910-2008), uno de los grandes impulsores del análisis bioenergético, afirma en su libro “La depresión y el cuerpo” que la gente “puede dividirse en dos categorías: las autodirigidas y las heterodirigidas», es decir, las que se dirigen desde el interior y las que se dejan dirigir desde fuera.
Obviamente, dice Lowen, no se trata de categorías absolutas, y cada uno dentro de esa división podemos escorarnos más en un sentido que en otro. Según él, una persona autodirigida tiene un fuerte y profundo sentido del yo y no se deja influir en sus actitudes o conducta por la influencia del entorno. Disfruta de un orden y estabilidad internos porque su personalidad se caracteriza por dos elementos: autoconciencia y autoaceptación. Y, a la hora de confiar en algo, confía en sí misma.
La persona heterodirigida, mientras tanto, tiende a la dependencia y necesita a los otros para apoyarse emocionalmente. Transfieren los problemas a los demás y les exigen su solución y, a la hora de confiar en algo, si es que lo consiguen, será siempre en algo ajeno a ellos mismos: una persona, una causa, un sistema…
No deben confundirse estos conceptos con la idea social de persona dependiente o independiente. Los intereses de los heterodirigidos suelen ir ligados hacia el exterior, lo que puede darles la imagen de persona ocupada y comprometida con el mundo. Pero las apariencias engañan y bajo la fachada de autosuficiencia se esconde una gran necesidad. Los heterodirigidos no son conscientes de su necesidad de dependencia, lo que los hace más propensos a caer en depresiones.
Para la Bioenergética, los heterodirigidos mostrarían unos rasgos de carácter oral por su necesidad infantil de apoyo, aceptación y una avidez del contacto físico que no fue satisfecho en los primeros meses de vida (entre los 6 meses y un año, aproximadamente). Si hiciéramos una valoración energética desde un punto de vista más “oriental”, quizás podríamos decir que las desregulaciones en los heterodirigidos serían evidentes en varios chakras o centros energéticos, desde el primero, (Muladhara, relacionado con nuestro derecho a existir), pasando por el segundo, (Svadhistana, relacionado con nuestro derecho a sentir y desear), y llegando al tercero (Manipura, conectado con nuestro derecho a actuar). Como con todo, con una base inestable es difícil construir luego un buen edificio.
Recientemente escuchaba a Pío Vucetich, chamán y psicólogo psicoanalista peruano, y me llamó la atención que explicara que desde la cosmovisión peruana las personas se dividen entre “presas y cazadores”, y que animara a los presentes a vivir sus vidas como cazadores, dueños de su destino, y no como presas agazapadas. Las presas, explicó, viven en el miedo, son pasivas, no deciden, no arriesgan, y están en una actitud de dependencia y huida. Los cazadores, en cambio, son activos, localizan su objetivo, lo estudian, y cuando llega el momento propicio van por él, sin dejarse guiar por el miedo.
La descripción de Vucetich me hizo recordar la clasificación de Lowen. Es curioso que desde lugares tan distintos se llegue a conclusiones tan parecidas.
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