En defensa de la sensibilidad

En defensa de la sensibilidad

pinza yogaUna de las instrucciones esenciales del Yoga y de otros caminos espirituales es mantener la misma actitud ante los halagos que antes las críticas, es decir, mantenerse desapegado y no dejarse llevar por las influencias externas, en un sentido u otro. Dar clase implica estar frecuentemente en el punto de mira, así que visto así es una oportunidad constante para practicar el mantenerse en la línea media. Pero no siempre nos levantamos (yo, desde luego, no) con la misma sabiduría, ni con la misma calma.

A medida que voy evolucionando en la práctica y en la enseñanza del yoga físico, el transmitir el valor de la sensibilidad se ha ido convirtiendo en uno de mis principales pilares (de ello agradezco especialmente a Godfrey Devereux, aunque no siga sus enseñanzas fielmente). Por ello es todo un reto cotidiano encontrarme a algunos alumnos (recuerdo a una alumna en concreto) y ver cómo evitan las clases más suaves y de trabajo más sutil (o ponen caras cuando «no les queda más remedio» que acudir) y cómo buscan las clases más dinámicas o intensas y me halagan después por ellas, como alentándome a que deje de impartir las clases que no les gustan. A esta alumna en cuestión me recuerdo intentando explicarle en ocasiones el por qué «lo otro», que tanto le aburría, tenía un gran valor.

Esta alumna se quedó embarazada y hace no mucho, tras un periodo de ausencia, se me acercó al final de una clase para decirme cuánto se había acordado de mí y de mis charlas animándola a apreciar lo pausado y a desarrollar conciencia de lo sutil. Fue una nueva práctica de humildad, porque por mucha charla que yo suelte sobre el tema que sea y por mucho que intente dar argumentos sobre lo que hago, al final no hay nada comparable a las experiencias vitales para alcanzar ciertas comprensiones.

Hoy he tenido en clase una alumna que venía por primera vez a la sala, aunque había practicado un estilo específico de yoga. Apareció con sus ‘leggins’ y su sujetador deportivo, preparada para darse la sudada, y en un momento dado tuvo que ponerse una camiseta porque tenía frío. También, en un momento dado soltó en voz alta delante del grupo un «esta clase no es para mí». A veces me lo tomo con mejor humor, pero hoy tengo el día más «torcido» y me da tristeza constatar, una vez más, que el mundo en el que vivimos no para de incentivar la acción, la intensidad y la actividad hasta la locura, y que la necesidad de «de-mostrarse» y de usar el cuerpo como un objeto para el lucimiento es tan patente que se instaló hace tiempo, también, en la práctica de yoga.

Todo esto me hace recordar las palabras del psicólogo peruano y experto en medicina amazónica Pío Vucetich, que dice que en Occidente la sensibilidad se considera un defecto porque se identifica con debilidad, mientras que en las tradiciones más conectadas con su pasado la sensibilidad es una cualidad valiosa, y los más sensibles son respetados por ello. En fin, seguiré buscando aportar mi granito de arena.

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